El billar tiene su historia. Cuando nos conocimos, hace casi
14 años, estudiábamos en el 1º de bachillerato y cuando nos daba pereza
estudiar, nos fugábamos al bar de al lado para jugar al billar. Ni ella, ni yo
sabíamos jugar, así que si conseguíamos dar a la bola ya estábamos contentas.
De esa manera una partida de billar nos duraba horas y el dueño se enfadaba con
nosotras porque no consumíamos nada y pasábamos mucho tiempo ocupando la mesa
de billar, pero pasábamos de él. Al
recordar estos tiempos tan felices decidimos jugar una partida, además, íbamos a
ver una peli y aún nos quedaba un buen rato para su comienzo. No habíamos
mejorado mucho jugando al billar pero decidimos hacer una par de fotitos como si fuéramos unas verdaderas profesionales.
Jugamos hasta que se nos escapó la bola blanca de la mesa y
se cayó al suelo con un ruido tremendo y comenzó a pegar botes. Menos mal que
no había nadie más allí! Así de paso
aprovechamos para jugar al jockey con los palos de billar y al final, tras una
hora larga de intentar jugar a algo cambiando cada dos por tres las reglas del
juego a nuestro favor, nos rendimos y decidimos que, al final, el billar no es
lo nuestro. El jockey tampoco…
CONTINUARÁ...
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